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Cultura

El paisaje cultural de la Serra de Tramuntana es un ejemplo de aprovechamiento agrícola sostenible y testigo de la convivencia armoniosa entre el hombre y el medio durante siglos. Cada civilización que ha pasado por la sierra ha transformado la tierra para hacerla más habitable. De estas acciones del hombre ha surgido el actual paisaje, reconocido como Patrimonio Mundial por la Unesco el 2011.

El intercambio entre las culturas musulmana y cristiana forjó este paisaje único. La dominación musulmana queda reflejada en sistemas de regulación hídrica como acequias, aljibes o norias. A partir de la conquista cristiana, se dividen los terrenos en grandes latifundios con función agrícola y ganadera y se generaliza la construcción en piedra en seco, para preparar el terreno para el cultivo de olivos, viñas y cereales.

Hoy en día, la Serra conserva este inmenso conjunto de bancales, la compleja tecnología hidráulica, la red de caminos empedrados y otros elementos etnológicos y culturales de gran interés.

La Serra actual es heredera directa de la época de la Mallorca musulmana, que se inició el año 903 y que supuso la transformación del espacio rural a través de la ganadería extensiva y la agricultura de regadío. Los musulmanes eran expertos en técnicas de canalización y distribución del agua para usarla en huertos y vergeles, hecho que dio como resultado un paisaje boscoso con caza, ganadería extensiva y explotaciones de regadío, en torno a las cuales se ubicaron los núcleos de población y las mezquitas.

Posteriormente, la conquista catalana de Mallorca el año 1229 supuso la implantación del sistema feudal europeo, que comportó una concentración de la población y una reducción del bosque para obtener espacios de cultivo nuevos. En esta época aparecieron, además de los pueblos, los sistemas feudales, que rompieron la diseminación agrícola, concentraron la propiedad en manos de la nobleza y se crearon las llamadas posesiones, las grandes fincas rurales.

Los pueblos y posesiones de la Serra son de origen medieval y algunos todavía perduran, como Valldemossa, Estellencs, Banyalbufar o Fornalutx. Aparecieron como puntos de repoblación después de la conquista cristiana, en algunos casos asociados a propiedades forestales comunales, los habitantes de los cuales conseguían sus propios recursos. Es el caso de la comuna de Bunyola, la de Fornalutx o la de Caimari, todavía hoy propiedades públicas y mantenidas con orgullo de forma mancomunada por sus habitantes.

Es el siglo XVII cuando se tiene constancia, por primera vez, de los sistemas tradicionales de explotación de los recursos forestales, como el carbón y la cal, que servían para aprovechar los encinares mediterráneos dónde no era posible, por razones climáticas, el cultivo del olivo. El cultivo del aceite y su paisaje, que se mantiene hasta hoy, se complementó con la expansión de la viña durante el siglo XIX y del almendro durante el siglo XX, que dieron lugar al paisaje cultural que todavía ahora se mantiene.

Al paisaje rural del aceite y los bancales, con las posesiones y los pueblos pequeños, se superpusieron, a final del siglo XIX y principio del XX, los efectos de la industrialización. En aquella época, la creación de infraestructuras como las ferroviarias, las carreteras, los caminos o las pequeñas centrales eléctricas en algunos casos, son un ejemplo magnífico de patrimonio público bien integrado en el medio, ya que muchas se haran con la técnica de la piedra en seco.

Por otra parte, el desarrollo de la industria textil, muy destacada en pueblos como Sóller y Esporles, generó un desarrollo comercial muy notable que permitió la expansión urbana de los núcleos más relevantes. A partir de la segunda mitad del siglo XX, la industria turística implicó el abandono progresivo de la actividad agrícola en las zonas con más dificultad para cultivar.

Consorcio Serra de Tamuntana

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